viernes, 28 de enero de 2011

Para que no erosiones las rocas del acantilado.

Uno enfrente del otro, vuestras miradas se clavan, se conectan, veis vuestro reflejo en la pupila del otro. Como un imán, tú la acercas a ti con los brazos y la abrazas. Necesitas sus abrazos este día más que ningún otro, y ella nunca te los negaría, va a estar ahí para decirte como ve esta complicada vida. Podéis pasaros así la eternidad, abrazados. Y en ese abrazo, ella percibe tu entrecortada y nerviosa respiración. Oye tus rápidos latidos y los suyos, serenos. Y latidos y respiraciones se mezclan formando una melodía llena de vida. Necesitabas relajarte. Aún en un abrazo, ella empieza a respirar profunda y lentamente. Expirar. Inspirar. Y tu agitada y torpe respiración se acompasa a la de ella. Tus latidos adquieren la paz que desprenden los suyos, hasta que llegais a ser un único cuerpo que respira y late uniformemente, marcando un compás establecido. Así la arena consigue frenar la agitación y la fuerza de la marea, para que se esfume la espuma que traen las olas y no choquen con fuerza contra las rocas.

2 comentarios:

  1. Me gusta, y además me recuerda a una tarde frente al mar, y eso significa verano=)=), realmente me arancó una sonrisa^^

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  2. Oye, me gusta lo que escribes. Lo haces tú, ¿verdad? ¿Podría contactar contigo, un correo o algo?

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